María está en la frutería comprando, y escucha la conversación que mantienen en voz alta dos mujeres a su lado que se despiden:

Bueno, ya nos veremos. A ver si esto del confinamiento acaba pronto y podemos hacer una barbacoa y venís a casa – mujer 1

Si, a ver si pasa pronto, si Dios quiere -mujer 2

Bueno si Dios quiere no, si el Coronavirus quiere, porque no veo que Dios esté haciendo nada por nosotros -mujer 1

Si, la verdad es que lo decimos por costumbre, pero vamos, que Dios ni está ni se le espera – mujer 2”

María se siente tentada a intervenir en la conversación y decirles que Dios está teniendo el control de esta situación, que es real y no se ha olvidado de nosotros. Pero sabe que probablemente las mujeres se sorprendan, la consideren inapropiada e incluso se rían de ella o la ridiculicen. Y, como no las conoce de nada, decide que mejor seguir metiendo las naranjas en la bolsa.

Patricia está en su escritorio en el trabajo, y sus compañeros de las mesas de alrededor inician una conversación donde uno de ellos está preocupado porque su hijo les ha confesado que es homosexual y está angustiado por ello. El resto de compañeros intentan animarlo haciéndole ver que hoy en día no tiene por qué ser un problema, que la gente ahora es mucho más tolerante, que no tiene por qué perderse nada de la vida porque ya se pueden casar, adoptar un hijo… y que, al final, lo importante es que su hijo sea feliz. Patricia conoce lo que la Biblia habla de la homosexualidad, pero ¿cómo decirle a su compañero sobre el pecado y sus consecuencias eternas para la vida de su hijo? Sabe que eso entristecería aún más a su compañero y la pondría en contra de la opinión de los demás, así que le parece “poco amoroso” y prefiere decirle: “tu confía, que todo se solucionará”

Jesús nos dijo en Mateo 5:13: Vosotros sois la sal de la tierra

La sal era muy usada en el mundo antiguo, era tan importante que los soldados del ejército romano recibían una porción de sal como parte de pago, el término que utilizaron en latín para esta porción de sal era “salarium”, del cual proviene la palabra en español “salario”. Los usos de la sal:

Prevenía la corrupción. En una época donde no existían las neveras ni los congeladores, la sal era lo único que permitía conservar las carnes y pescados de forma que no se pudriera.

Provocaba sed. Consumir alimentos salados, necesariamente provoca la necesidad de beber.

Dar sabor. Aún en la actualidad es el uso más común de la sal: dar sabor a los alimentos, ya que sin ellos, serían insípidos.

Este es el mismo llamado que tenemos como iglesia: 1. La predicación del evangelio previene la corrupción de este mundo, cuando la iglesia es fiel en cumplir el llamado de la Palabra. 2. Predicar el evangelio es lo único que puede provocar  sed de Dios en los que nos rodean. No nosotros, sino el evangelio. No nuestras palabras amables, sino una honesta proclamación de las verdades bíblicas. 3. Sólo Cristo puede dar sentido y “sabor” a este mundo caído. Y el instrumento que Dios ha escogido para que el mundo le conozca, somos sus hijos.

Pero la declaración de Jesús en Mateo 5:13, contenía también una advertencia: pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? Eso quiere decir que los cristianos podemos no ser sal. Es decir, podemos ser también azúcar.

Muchos cristianos han interpretado que ser la sal de la tierra quiere decir lo mismo que ser azúcar. Una mujer azúcar es aquella que alegra a todos a su alrededor y que, por tanto, todos quieren tener cerca. Una mujer azúcar rehúye los conflictos, en su lugar, va a buscar el afecto de los que tienen alrededor, haciéndoles sentir cómodos, diciéndoles siempre frases positivas que los calmen y animen, tipo Mr Wonderful (hoy va a ser un día genial, no importa donde estés sino a dónde quieras llegar, si te esfuerzas verás cumplirse tus sueños…) Pero esa mujer estará siendo la sal que se desvanece. Al no proclamar la Palabra de Dios con valentía, no cumple el llamado de Dios en su vida, y no impedirá el avance del pecado en las vidas que la rodean (mediante la convicción de pecado); sus amigos y familiares no van a tener más sed de Dios, y por tanto, no van a ser atraídos a la gracia.

Somos hijas de Dios y, como tal, tenemos un llamado sublime y al Espíritu Santo como ayudador, que nos capacita para llevarla a cabo. No podemos contentarnos con ser positivas, alegres o cariñosas con los que nos rodean, porque todo eso, aunque bueno, es temporal… pero nosotras podemos ser verdadera sal para nuestras familias, amigos, vecinos, compañeros…

Todas queremos ser esas mujeres sabias que Dios pueda usar en favor del Reino de Dios. Entonces, ¿por qué a veces no lo conseguimos? Ahí es donde toma sentido la pregunta que nos hace Pablo en Gálatas 1:10 Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Porque el apóstol sabía que en nuestro interior iba a existir una lucha feroz entre agradar a Dios y agradar al hombre. Por que ser sal, en muchas ocasiones, va a suponer pagar un precio. El versículo de Gálatas continúa diciendo: Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.

Las escrituras y la historia de la iglesia están llenas de hombres y mujeres que fueron fieles a Dios y proclamaron con valentía la palabra de verdad. Y está llena de hombres y mujeres que tuvieron que pagar las consecuencias: ser perseguidos, echados en hornos de fuego, en fosos de leones, apedreados, menospreciados, despreciados por sus familiares, ninguneados por sus amigos… pero todos ellos, galardonados por el Padre como héroes de la fe, todos ellos consiguieron cien veces más, tanto en esta vida como en la vida eterna (Marcos 10:29-30).

En Romanos (12:2) se nos advierte: No os conforméis a este siglo. Pablo sabía que el plan de diablo es diluirnos. El plan es que dejemos de cumplir nuestro llamado, que actuemos como hace le mundo, que aconsejemos como hace el mundo, que adoptemos sus valores… que nos amoldemos tanto al mundo, que no haya diferencia entre el mundo y nosotros.

Dios está haciendo muchas cosas en este tiempo de confinamiento. Y una de ellas, es que le está recordando a sus hijos que es tiempo de dejar de esconder el evangelio debajo de la mesa. No basta con decir que no nos avergonzamos del evangelio, sino que tenemos que vivir realmente sin avergonzarnos, porque ¡es poder de Dios para salvación!

Dios está llamando a su iglesia a vivir cada segundo para agradarlo a él y no a los hombres; nos está llamando a ser sal y no azúcar.

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