Varios de los líderes de iglesias evangélicas han contraído el virus en actividades solidarias como la entrega de alimentos, brigadas de ayuda o visitas pastorales, según mencionaron algunos de sus integrantes a medios bolivianos. La situación en el país es tan crítica, que algunas iglesias han tomado la decisión de transformar los espacios de sus congregaciones en “clínicas celestiales” o centros de aislamiento transitorios para quien presente síntomas de la COVID-19.
“estos pastores han demostrado que han seguido su supremo llamamiento”, dijo a Efe el presidente de esa organización, el pastor Luis Aruquipa.
(noticia de la agencia EFE, 10 Julio 2020)

Ante esta trágica noticia, algunos creyentes se plantean, ¿cómo puede Dios permitir que esto suceda, si era buena gente, haciendo cosas buenas en beneficio de otros? ¿Dónde está la bondad de Dios en esto?

Antes de abordar esta cuestión, cabe aclarar que, hasta donde hemos podido saber, no se trata de pastores temerarios, que han desoído los consejos de seguridad o desobedecido restricciones impuestas por sus autoridades, sino siervos de Dios que han perdido la vida ayudando a otros.

En el S. III después de Cristo, Alejandría sufrió una terrible peste que supuso la muerte del 60 por ciento de la población. La reacción de la iglesia primitiva quedó reflejada por los historiadores: “La mayoría de nuestros hermanos cristianos mostraron amor y lealtad ilimitada, nunca escatimándose a sí mismos, y solo pensando el uno en el otro. Sin prestar atención al peligro, se hicieron cargo de los enfermos, atendiendo a todas sus necesidades y ministrándolos en Cristo, y con ellos partieron de esta vida serenamente felices; porque fueron infectados con la enfermedad por otros, llevando sobre sí la enfermedad de sus vecinos, y aceptando alegremente sus dolores”.

En medio de una sociedad pagana, en la cual cada uno buscaba su propio beneficio, la Iglesia, volcada en la ayuda tanto de creyentes como de incrédulos, mostró que ser discípulo de Cristo era una vida de entrega, servicio, lo cual logró propagar el evangelio de una forma prodigiosa.

Siglos más tarde, durante la época de la reforma, Europa fue azotada por un nuevo brote de peste negra, la epidemia más mortífera que ha azotado el mundo hasta el momento (dejando a su paso 75 millones de muertos en los 6 primeros años). En su famosa carta, Martín Lutero expresó el deseo de que hospitales, médicos y gobernantes pudieran hacer su labor para con los enfermos, pero a falta de ellos, exhortó a los cristianos a actuar en amor, atendiendo a los enfermos y necesitados, aún cuando supusiera un riesgo para sus propias vidas o las de sus familias. Él y su esposa abrieron su casa a numerosos enfermos y necesitados. Muchos cristianos ofrecieron fielmente sus vidas.

Y ahora, esta nueva pandemia se lleva a muchos que fielmente dan sus vidas por socorrer a otros.

La pregunta entonces es: si están haciendo lo correcto, ¿no debería eso evitarles el sufrimiento -y la muerte-?

El pastor John Piper escribió: “La gracia de Dios por medio de Cristo en la cruz nos ha eximido del sufrimiento eterno, y si quedamos exentos de algún tipo de sufrimiento en esta vida, eso también es algo que Él ha hecho por nosotros. No obstante, nuestra fidelidad es una respuesta a ese tipo de provisión, y si es necesario que caminemos a través del sufrimiento con tal de serle fieles, sabemos que Él ha procurado para nosotros la paz y el gozo eterno.”

Job, los apóstoles, la iglesia primitiva, y tantos otros grandes hombres de Dios, en las Escrituras y a lo largo de la historia de la iglesia, han sufrido de diferentes formas. Muchos mártires han entregado sus vidas. Y nuestro gran ejemplo, Jesús, vivió el mayor de los sufrimientos, entregando por nosotros su propia vida. Y ese sufrimiento no vino del diablo o de los hombres, sino directamente de Su Padre: Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento (Isaías 53:10)

Pablo, a punto de morir dijo: “Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). La respuesta de Job en su sufrimiento fue: «¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios, ni atribuyó a Dios despropósito alguno. » (Job 2:7, 10).

Dios es soberano sobre todo. Eso quiere decir que de Dios proviene la bendición, pero también el sufrimiento. «[Dios] hace todas las cosas según el designio de su voluntad» (Efesios 1:11). «¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre» (Mateo 10:29).

Ahora bien, el Eterno, quien sustenta el universo, el curso de los astros, las corrientes marinas, los ecosistemas del planeta, el camino por donde corren los ríos, así como el hálito de cada ser vivo, es un Dios eternamente bueno, infinitamente justo y perpetuamente amoroso, por lo que no hay ningún sinsentido o despropósito en Él. Su voluntad es siempre buena, agradable y perfecta. Y esa voluntad incluye, en ocasiones, el sufrimiento de sus hijos.

El sufrimiento por tanto, no es señal de castigo de Dios, ni de pecado en nuestras vidas, necesariamente. Es gracia de Dios quien nos está moldeando a la perfecta imagen de Su Hijo. Todo sufrimiento de los hijos de Dios, es parte de su plan. A Él no se le escapa nada (“no se adormecerá ni dormirá El que guarda a Israel – Sal 121:4”), el diablo no se le cuela por una rendija para atacar a sus hijos, y le gana la partida. Él es sobre todo.

Por tanto, en medio del sufrimiento, la enfermedad, la crisis económica o familiar, adoremos a Dios como hizo Job, descansemos en su soberanía y su amor para con nosotros. Afirmémonos en la Roca de nuestra Salvación, y descubramos en él nuestro refugio.

“Mi vida es un tejido,
que se teje entre Dios y mi ser pensante.
Yo no puedo escoger los colores
mientras El teje a ritmo constante.

Muchas veces El teje dolor;
y yo, siendo orgulloso,
me olvido que Él ve la cara del tejido
mientras yo veo solo el reverso.

No será hasta que calle el telar,
y la lanzadera cese de volar,
que Dios abrirá el tejido entero,
para los motivos de Su diseño revelar.

Porque los hilados oscuros son tan necesarios
en las manos de un Tejedor Diestro,
como son los hilados de oro y plata,
para crear el estampado del Maestro.

Él sabe, Él ama, Él cuida de mí;
nada puede esta verdad opacar.
Él entrega todo lo mejor a aquellos,
quienes deciden en El confiar.”

(Corrie Ten Boom)

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